Es Domingo y ha dejado de llover, tras el desayuno y la organización del itinerario turistico, deciden bajar sin más demora, pues la humedad y el frio del apartamento apremian.
Anoche, Sábado, al regresar vieron abierto el local que se encuentra junto al portal de su apartamento, pero llovía y con el paso acelerado y la cabeza gacha para poder esquivar los frecuentes charcos del piso irregular, pasaron sin detenerse ni prestar atención alguna. Pero esta mañana, al bajar comentan el caracter llamemos "especial" del establecimiento. Más que nada, por la fuerte musica que amortiguada escuchan desde fuera y por el fuerte olor, mezcla de ambientador y humedad, que expele el local al separarse los dos pies de la cortina aterciopelada granate que hace las veces de pantalla aislante. Comenzó el parlamento mientras bajaban la calle, entreteniemiento dialectico tan apreciado por Charly: eso es un puti-club, que vá, eso es un sex-shop, anda ya, eso es un peep-show: uno de esos locales donde hay estrechas cabinas con un cristal que deja ver un espectaculo erótico o pornográfico según el caso. No les importa tanto el desenlace sino el intercambio de ocurrencias.Con esas se divertian mientras bajanban buscando la Praça do Comercio y, como no se ponian de acuerdo, decidieron que al regreso de la visita prevista para hoy entrarian a desentrañar el misterio.
En Praça do Comercio toman el tranvia 25, previa compra de los tickets en una maquina expendedora en la boca de metro en una esquina de la plaza pagando 1,9€ por el trayecto.
Sin prisas, como quien visita estos lugares con cierta frecuencia, compran los billetes para visitar el Mosteiro dos Jeronimos. Hay colas para comprar los billetes y para entrar en el claustro; asi pues, con cierta agudeza compran los tickets en el Museo Arqueologico en el edificio anexo, cuya cola está menos concurrida, y posteriormente se dirigen a la entrada del claustro. 10€ per capita.
El claustro del Monasterio de los Jerónimos de Belém es una de las maravillas arquitectónicas que encierra Lisboa; con tres estilos bien diferenciados en su largo proceso de construcción: manuelino, plateresco y clasicista.
Sin lugar a dudas, lo mejor del Monasterio es el claustro de dos pisos, obra maestra del arte manuelino, con columnas diferentes y decorado con motivos marinos.
En fin, despúes de un sosegado paseo, por aqui y por allá, subiendo y bajando, extasiados por tanta belleza arquitectonica y, tanto selfie y, tanta parejita haciendose fotos en cualquier rincón conmemorativo, deciden atender a los mensajes gastricos que estan recibiendo. O sea, a comer. Hay mucho turista y no tienen reserva: algo peligrosisimo en Lisboa, dada las pequeñas dimensiones de los restaurantes que han seleccionado.
Siguiendo Carlos dixit toman mesa, pues llegan justo al abrir, en la Enoteca de Belem, que finalmente será el mayor acierto de todo el viaje. Un local pequeño, apartado en una calle lateral adornada de golondrinas, mezcla de buena enoteca y cuidadisima cocina de autor.
Comenzaron con un poco de foie y unas gambas extraordinarias, el Douro Reserva que les propusieron les saltó la tapa del sentío, tanto que ni hicieron alguna foto. De allí pasaron al bacalhau y al polvo (en español, pulpo, no seais brutos¡¡¡) que estuvieron muy por encima de las expectativas,
tanto que por gula y para evitar dar por terminada la comida, pasaron a las carnes, que por su preparación y terminado dejaron atrás al pescado.
Y por ultimo, ninguna buena comida puede terminarse sin algo de chocolate, y en este caso, escoltado de otro platillo a base de crema de higos.
El festín que se han dado deja paso a la factura
Tras la asombrosa comida y el no menos asombroso Douro Reserva dan un tranquilo paseo por los jardines y la ribera mientras disfrutan de las vistas abiertas y profundas del Tajo.El Monumento a los Descubrimientos o Padrão dos Descobrimentos levantado en 1.960 para recordar a Enrique el Navegante.
La Torre de Bélem, con un inconfundible estilo manuelino, simbolo de la expasión de Portugal e icono lisboeta, era un baluarte defensivo en mitad del río allá por el siglo XVI, llegó a ser prisión y aduana durante el reinado de Felipe II de España.
La zona está atestada de turistas: grandes aparcamientos coleccionan autobuses discrecionales con parada establecida dentro del itinerario, grupos de familias pasean mientras procuran que el pequeño no caiga por el pretil, padres en bicicleta con el niño adosado en mochila o en sillita a modo de pescante delantero, una parejita con él vestidito de soldado en francorrida, grupos de jubilados modernos que hacen selfies; en fin, un paisaje propio del turismo que arrasa.
Asi pues, tranquilamente tras el paseo postpandrial deciden retornar en el mismo tranvia 25 en busca del Museu Nacional de Arte Antiga, que se encuentra en la misma dirección de vuelta; museo modesto pero con una buena colección donde estaca Las Tentaciones de San Antonio del El Bosco.
Pero con el relajamiento colectivo y la desconexión propia del placentero dia se olvidaron de bajar en la parada correspondiente, asi que, sin darse cuenta, continuaron hasta la Praça do Comercio. Una vez allí, paseando por la Rua da Prata giraron a la derecha en la Praça do Rossio hasta Largo Martin Moniz, una especie de plaza alargada, para tomar el tranvia 12
que los llevará hasta el Castelo de Sao Jorge, conocido antiguamente como Castelo dos Mouros, y que tras la conquista de la ciudad fue residencia de los reyes hasta 1.511.
El recorrido del tranvia 12 es bastante más pequeño que los del 28 o del 25, es corto y circular, tranquilo y mas libre de turistas. Fueron casi solos en el sonoro y traqueante vagón.
Bajaron en la parada más cercana a la entrada del castillo, a donde llegaron tras un pequeño paseo cuesta arriba.
Lo mejor del castillo no es el castillo, lo mejor del castillo es la panoramica que se divisa de Lisboa.
En el castillo: sube a las almenas, asomate a los miradores, sube escaleras, baja rampas; un recinto amurallado muy agradable con sus jardincitos y su bar. Helo ahí, un bar con terraza y pavos reales por los arboles huyendo de los niños que los correteaban.
Y eso era lo que buscaban una terraza de bar, donde tomar un cafetito portugues con los Pasteis de Belém que habían comprado en la genuina pasteleria (Antiga Casa Dos Pasteis de Belém)
antes de coger el tranvia 25 de vuelta al centro.
Los Pastéis de Belém, cuya receta como la de la Coca-Cola es ultrasecreta, tienen una elaboración que comienza tres dias antes de hornearlos en la llamada "oficina del secreto" y casi 200 años son los que lleva este pastelito de nata entusiasmando a todo el que lo prueba. La verdad es que estan buenisimos.
Tras dar cuenta de los pastelitos y de los excelentes cafes portugueses tomaron dirección a la Rua dos Sapateiros bajando las empinadas cuestas hacia Barrio Baixa. En el trayecto, encontraron uno de los supermercados mas populares de Lisboa, Pingo Doce, y entraron a curiosear. Los supermercados, cuando no es posible el propio mercado de abastos, son uno de los sitios más interesantes de visitar en cualquier ciudad. En este caso, era muy parecido a cualquiera de los que tenemos en España, con alguna que otra particularidad, como esta:
Chocolate negro con lima y pimienta; o sea, chocolate que pica.
El día ha sido largo, la tarde tranquilamente va dejando paso a la noche mientras deambulan por las calles parando aquí y allá. Hoy la lluvía les ha dado una tregua y la temperatura es muy agradable. Deciden no volver al apartamento para evitar las escaleras y el frio humedo de sus habitaciones. Asi pues, ramoneando con las fruslerias que van encontrando en cada tiendecita peculiar que encuentran, deciden tener una cena de fast-food al estilo lisboeta. El puntito juvenil que aún les queda, y las ganas guarrear con la comida, les llevó al Honorato Chiado, hamburgueseria postmoderna surgida al calor de la fiebre por las hamburguesas "de calidad".
Mientras cenaban comenzó a llover lo que apagó la pequeña llama que iluminaba las ganas de dar una vuelta nocturna en busca de algún brebaje de alta graduación. Nada de nada, para el apartamento de vuelta que mañana tenemos carretera y manta.
Cuando llegaban a la Rua Sapateiros recordaron el local de dudosa reputación y su misterioso cometido. Así pues, el más descarado e intrépido de los cuatro fue enviado en embajada a traspasar la pesada cortina granate. Cortina que, nada más verla, daba grima del "percó" que debía adornala. Mariano entró y salió en menos que canta un gallo, entró y, sin volver la espalda, retrocedió huyendo de la semioscuridad alumbrada por las luces blanquecinas de monitores de videos con imagenes, llamemos carnico-festivas, y de un gran pared negra circular con pequeñas puertas, dos de las cuales estaban abiertas dejando ver, a medias, el pequeño taburete que alojaban. Lo que os dije, espetó: la biblioteca del barrio.
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