Sábado, último día de trasiego en Suiza. Durante la
semana se han ido acumulando los pequeños requerimientos familiares y las preocupaciones
domesticas reclamando, cada día un poco más, la presencia parenteral en el
domus. Tener hijos, sean infantiles o adolescentes, y dejarlos en casa,
acompañados o solos, mientras se hace un viaje vacacional tiene un umbral de
tolerancia que no es conveniente sobrepasar; la indulgencia se va perdiendo,
poco a poco, día a día, hasta llegado un momento en el que apremia volver a
casa. Esta mañana en el desayuno los comentarios giran en torno a esa cuestión,
con lo que con cierta alegría menguada se acomete el último día de libertad:
mañana toca volver.
El desayuno ha sido atendido por la dueña del pequeño
hotel, (deducen que el Sábado es el día elegido para el descanso del personal)
que se muestra muy agradable y solícita; les ha ofrecido huevos pasados por
agua o en revuelto y más zumo natural. También hoy han cambiado los huéspedes,
los que les acompañaron en el desayuno días anteriores han desaparecido y han
sido sustituidos por otros. Llevan casi una semana en el hotel y los espacios
con las personas que los ocupan se han hecho familiares.
Terminan de preparar el picnic del día: han comprado pan
de molde y han hecho “sándwich mixto plus” con una planta de jamón york, queso
emmenthal y la segunda planta con jamón york y salami, aderezado con lechuga y
rodaja de tomate.
Han abandonado los zapatos de trekking y la ropa
montañera para adoptar una vestimenta, diríamos, modelo turista urbano-veraniego:
pantalones cortos y zapatos cómodos. Hace calor.
Ya que disponen de la tarjeta Swiss Half Fare Card han
decidido tomar el tren desde INTERLAKEN hasta ZURICH. Con el descuento del 50%
de la Swiss Half Fare Card la broma asciende a 69 francos suizos (aprox. 64
euros) el billete de ida y vuelta.
Han estacionado el coche en el parking del gran centro
comercial frente a la estación de trenes INTERLAKEN WEST, pero antes de aparcar
han comprobado el horario del parking, sin imaginar la sorpresa que tendrían
más tarde al volver a recogerlo.
Toman un tren directo a Zurich, que más tarde comprueban
que es un tren alemán que continúa viaje al país germano. Es temprano, hace
calor y el tren va atestado, completamente lleno, lleno de pasajeros y de
maletas por todos lados, tanto que no encuentran asiento a excepción del vagón-cafetería.
Por aquello de evitar que alguien les reclame el asiento piden un café
americano, acaban de desayunar y realmente no se les apetece nada, pero
terminan pidiendo un café solo americano. Si, efectivamente, para no perder la
costumbre: son 5 francos suizos.
Aviso a navegantes: El revisor pasó pidiendo y marcando
los billetes. Si los has sacado con algún descuento te piden la tarjeta de
acreditación. Es frecuente que en todos los trenes viajen revisores.
En poco más de una hora han llegado a la estación
central de Zúrich; una inmensa estación bulliciosa y limpia. Ambos “matrimonios
de Cádiz” son de los que cuando salen del hotel llevan todas las tareas fisiológicas
hechas, pero sin embargo, adolecen de vejiga, llamemos “intranquila” mejor que
neuropatía, y de natural son visitadores de los aseos públicos; en fin, que son
meones redomados. Tras la visita correspondiente para aliviar las necesidades
fisiológicas excretoras en menor cuantía salen de la estación por la puerta
principal, la que da a la plaza con el monumento a insigne empresario
emprendedor suizo: Alfred Escher.
Zurich es la ciudad que mejor representa a los suizos, o a lo que se dice de ellos: "tiene menos imaginación que un suizo". O sea, Zurich es una ciudad muy seria y "muy ciudad laboriosa"; al menos, de día. Uno de los esposos discute este comentario pues recuerda una visita a Zurich en su epoca de estudiante y aduce los animados bares y pubs nocturnos.
Se han dejado llevar por la corriente de los viandantes y cruzan la plaza a la salida de la estación hasta la gran avenida que tienen al frente, BAHNHOFSTRASSE.
Se han dejado llevar por la corriente de los viandantes y cruzan la plaza a la salida de la estación hasta la gran avenida que tienen al frente, BAHNHOFSTRASSE.
Al poco de recorrer la avenida encontraron una de las
tiendas de la famosa chocolatería Läderach donde compraron una pequeña cajita
de chocolates para hacer una pequeña celebración conmemorativa. Un pequeño
detalle, a 12,50 francos suizos (algo más de 11 euros).
Entran en algunas tiendas más para curiosear que para
otra cosa, tiendas de regalo y boutiques de lujo (bolsos y demás fruslería de
alto copete); y por último se sientan en una pequeña terracita con algo de
sombra pues el calor aprieta. ¡Qué suerte! el café cuesta 3,40 francos suizos,
unos 3 euros, bingo!! el café más barato de Suiza que han encontrado.
La BAHNHOFSTRASSE es una gran avenida comercial con sus
tiendas de relojes suizos y sus oficinas de bancos suizos. Se huele el dinero
negro.
Zúrich, al igual que toda Suiza,
es muy variopinta en cuanto a las personas que se ven por sus calles, pero
llama la atención la gran cantidad de árabes, parejas, ellas ataviadas con el
Hiyab con el velo que el cubre el rostro o Nicab, propio de los países árabes
del Golfo Pérsico.
En fin, el Golfo Pérsico, el petróleo, el petróleo que
es negro, algo negro en Zúrich.
Recorren toda la avenida hasta cruzar hacia la
GROSSMÜNSTER, catedral donde Ulrico Zwinglio (1.484.1.,531) pregonó la Reforma
Protestante Suiza.
En la pequeña plaza arbolada frente a la iglesia y,
mirando al canal de Zúrich, deciden acometer las viandas, hoy: sándwich mixto
plus.
Tras dar cuenta del sándwich recorren la misma avenida
en sentido contrario hacia la estación, y justo en la plaza BAHNHOF PLATZ, a la
izquierda encuentran una cafetería de mantel y servilleta de paño, una cafetería
de postín centroeuropea, donde deciden
tomar un café. A pesar de la apariencias, los cafés y el trozo de tarta sacher
que toman no les sale más caro que en cualquier otro lugar.
Dan por concluida la pequeña visita a Zúrich, hace mucho
calor y están algo cansados. Toman el tren de vuelta con la intención de bajar
en THUN y alquilar una bicicleta con la que recorrer la ribera del lago
THUNERSEE.
Las bicicletas se alquilan en la misma estación de
trenes, pero hete aquí, que el horario es un poco rígido. Son algo más de las 3
de la tarde y las bicicletas hay que devolverlas antes de las 5, con lo que no
pueden alquilarla. Para hacer esta actividad lo ideal es alquilarlas por la
mañana temprano. Otra vez será.
Se adentran en Thun, con la suerte que se la encuentran
en fiestas, hay mucha gente por las calles donde han montado tenderetes de
todas clases. Cruzan el OBERE SCHLEUSEBRÜCKE, puente de madera adornado de
flores,
no sin antes,
disfrutar un rato con los intentos de surf que hacen algunos chicos
aprovechando la fuerza del rio al pasar por los pilotes del puente
Tras la refrescante visión se dirigen a la OBERE
HAUPTGASSE pues las terrazas de la ribera del rio están atestadas de turistas.
En esta calle coqueta encuentran un pequeño bar con una pequeña terracita en el
segundo nivel de la calle donde se aposentan para libar la cerveza suiza.
Al poco la calle se va animando y las barras portátiles que
han montado comienzan a emanar efluvios de salchichas glaseadas y panes untados
en queso derretido. Deciden pasear por la calle y al llegar a la plaza del
ayuntamiento, RATHAUS PLATZ, encuentran un escenario con un grupo gritando o
cantando según criterios diferentes.
Buscan mesa. Compran comida asiática, unos fideos con
verduras hechos al wok que resultan muy apetitosos. Cerveza a 6 francos suizos,
pagando otros 6 francos por el vaso de plástico duro que al devolverlo te reintegran.
Que le vamos a hacer, estos suizos hasta para hacer las verbenas populares usan
precios suizos.
El cansancio y las cervezas los aletargan, descansan un
poco sentados, dan un par de brincos al son de algo que parece ser música bailable
y cantando bajito deciden ir hasta la estación de trenes. Ya ha anochecido y es
muchísima la gente que está entrando en la ciudad para la fiesta.
Toman el tren para INTERLAKEN WEST y al llegar se
encuentran el aparcamiento del centro comercial cerrado. Tal como suena, es sábado
y, han cerrado el centro comercial y el aparcamiento. Son las 10 de la noche,
un pequeño escalofrío recorre las espaldas de “ambos matrimonios de Cádiz” que
les hace palidecer.
El conductor asevera: yo miré le horario del parking y ponía:
24 hours open, o sea, que open es abierto, hasta aquí llego. Andan por delante
de los cristales del centro comercial totalmente apagado, aquello está más solo
que una sucursal de banco a final de mes. En un pequeño recodo de la acera
topan con una pareja de vigilantes, y nunca mejor dicho, lo de pareja, pues son
hombre y mujer, por las edades podrían ser madre e hijo. Él no era precisamente
Philip Marlowe pero ella sí comprendió rápidamente la situación y, echando mano
de su radiotransmisor, hizo aparecer a otro vigilante, al parecer jefe del
tinglado, que igualmente, sin hablar ni papa de inglés, pero usando el lenguaje
de los signos, los condujo hasta el parking.
Alivio estaban remozando y pintando el parking; habían
cerrado para facilitar los trabajos. Les abren la puerta de salida para el
coche y, todo por señas, le dicen que no hay que pagar.
O sea, tras el susto, se han librado de pagar el
estacionamiento de todo el día. Esto en Suiza no es ninguna broma: un día
entero de parking.
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